Cuando la crisis mundial de los alimentos irrumpió en 2007-08, los precios internacionales de los principales productos alimentarios básicos alcanzaron su nivel más alto en casi 30 años, lo que provocó que el número de personas hambrientas llegara a los mil millones y que se pusiera en peligro el derecho a una alimentación y nutrición adecuadas de muchas más personas. La crisis, que fue descrita ampliamente como una crisis multidimensional alimentaria, energética, financiera y climática, e incluso una crisis de derechos humanos, sacó a la luz las grietas de un sistema alimentario roto e insostenible, obligando a los encargados de formular políticas a reconocer sus fracasos. Diez años después, pese a algunos avances, muchas de las causas estructurales que provocaron la crisis persisten. Los movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil están manteniendo por tanto su lucha para transformar los sistemas alimentarios.